• ¿Qué pasa con el 5G? La revolución que no llegó (todavía)

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OPINIÓN

Durante años, el 5G fue presentado como el próximo gran salto en la evolución de las telecomunicaciones. Velocidades de vértigo, conexiones instantáneas, una red capaz de sostener millones de dispositivos simultáneamente y dar vida a ciudades inteligentes, coches autónomos y cirugías remotas. Todo parecía indicar que estábamos al borde de una nueva era digital.

Pero ya es 2025, y esa era todavía no llegó. O al menos, no como nos prometieron. ¿Qué pasó con el 5G? ¿Por qué seguimos esperando su gran revolución? ¿Fue una exageración de las empresas de tecnología y telefonía, una estrategia de marketing más que una disrupción real?

Este artículo no se queda en las promesas: vamos a examinar lo que realmente se ha logrado, lo que no, y lo que podríamos esperar de cara al futuro.

Un poco de historia: de la euforia del 3G a la decepción del 5G

Cada generación de redes móviles vino con su propio hype. El 2G nos trajo los SMS y las llamadas digitales. El 3G, la navegación por Internet en el teléfono, aunque a velocidades desesperantes. El 4G marcó un cambio real: streaming fluido, videollamadas decentes, apps en tiempo real. Fue una revolución tangible.

Entonces llegó el 5G. O al menos, la promesa. En 2019, todos los titulares hablaban de cómo cambiaría el mundo. Se hablaba de latencias de 1 milisegundo, descargas de 10 Gbps, y una cobertura capaz de manejar hasta un millón de dispositivos por kilómetro cuadrado. Pero cinco años después, la mayoría de los usuarios no pueden distinguir si están navegando en 4G o en 5G.

¿Qué cambió entre el entusiasmo de 2019 y la realidad de 2025?

Las promesas incumplidas

La mayoría de los smartphones vendidos desde 2021 incluyen soporte para 5G. Sin embargo, en muchos países —incluso del primer mundo— la cobertura sigue siendo parcial. Las redes están disponibles, pero la velocidad real no es significativamente superior a una buena conexión 4G. La latencia tampoco alcanza los valores ultra bajos prometidos, y los casos de uso avanzados siguen sin despegar.

¿Qué falló?

  1. Infraestructura incompleta: construir redes 5G desde cero (especialmente la versión SA, «standalone») requiere inversiones gigantescas y tiempo. Muchos países optaron por versiones NSA («non-standalone») que dependen de infraestructura 4G.
  2. Frecuencias problemáticas: las bandas mmWave ofrecen las velocidades más altas, pero tienen muy corto alcance y dificultad para atravesar paredes. Son útiles en estadios o aeropuertos, pero inútiles en zonas suburbanas o rurales.
  3. Casos de uso todavía verdes: los vehículos autónomos siguen en desarrollo. Las cirugías remotas existen, pero no dependen solo del 5G. Las ciudades inteligentes son proyectos piloto, no realidades extendidas.

Casos concretos: luces y sombras en el mapa global

Corea del Sur y China: dos modelos de éxito (relativo)

Si hay países donde el 5G ha avanzado con más fuerza, esos son Corea del Sur y China. En Corea, el despliegue comenzó agresivamente en 2019, y a mediados de 2024 más del 95% de la población tiene cobertura. Empresas como Samsung y SK Telecom apostaron fuerte, y el ecosistema digital (smartphones, routers, ciudades inteligentes) acompañó.

En China, el avance fue aún más monumental. A finales de 2023, el país había instalado más de 3 millones de estaciones base 5G, cubriendo la mayoría de las áreas urbanas. Las aplicaciones incluyen desde vigilancia urbana con IA hasta automatización en fábricas de autos.

¿El problema? En ambos países, los usuarios se quejan de que la velocidad no es tan superior a 4G, y que la latencia real sigue rondando los 20-30 milisegundos, lejos del ideal teórico. Además, los altos costos de infraestructura han forzado a las operadoras a buscar subsidios o recortar inversiones en otras áreas.

América Latina y Europa: cobertura parcial, expectativas tibias

En América Latina, la historia es distinta. Países como Brasil, Chile y México han avanzado en licitaciones y despliegues iniciales, pero la cobertura sigue siendo limitada y en muchos casos concentrada en capitales o zonas densamente pobladas. En Argentina, por ejemplo, los primeros despliegues comerciales recién comenzaron entre 2023 y 2024, con pruebas piloto en algunas ciudades.

Europa, por su parte, adoptó un enfoque más regulado y lento. Aunque Alemania, España, Francia e Italia tienen redes activas, la fragmentación de espectro, las limitaciones presupuestarias y las dudas sobre la rentabilidad han hecho que el 5G sea más una promesa en desarrollo que una realidad cotidiana -yo mismo he resteado las redes 5G en europa, son buenas, pero no mucho mas que una 4G-.

Críticas, desilusión y controversias

¿5G o simple marketing con esteroides?

El 5G ha sido uno de los mayores ejercicios de marketing de la industria tecnológica en los últimos años. Operadoras y fabricantes de móviles impulsaron la narrativa del «salto generacional», pero en la práctica, para la mayoría de los usuarios, cambiar de 4G a 5G no cambió nada.

Incluso en países con buena infraestructura, las diferencias en velocidad son marginales para tareas comunes: ver videos, usar redes sociales o hacer videollamadas. Y la batería de los teléfonos suele durar menos con 5G activado, algo que los fabricantes no suelen destacar.

El problema de las frecuencias

La llamada “onda milimétrica” o mmWave fue vendida como la joya de la corona del 5G. Velocidades de varios gigabits por segundo, ideal para zonas urbanas densas… pero la realidad es que su alcance es ridículo (menos de 300 metros) y necesita visión directa. Una hoja de árbol o una pared ya pueden bloquear la señal.

Por eso, en la práctica, la mayoría de las redes usan bandas medias o bajas, que tienen mejor cobertura pero menor velocidad, y que no se diferencian demasiado del 4G avanzado.

Mirando hacia adelante: ¿5.5G, 6G… o reinvención?

5.5G: más que un parche

Huawei y otras empresas han comenzado a hablar de 5.5G, una especie de mejora evolutiva del estándar actual. Promete duplicar las velocidades actuales y mejorar la eficiencia de red, con menor latencia y mejor soporte para aplicaciones como realidad extendida (XR), inteligencia artificial distribuida y redes privadas industriales.

Aunque interesante, 5.5G no deja de ser un intento por revitalizar una promesa a medio cumplir. Será útil para industrias y sectores especializados, pero no necesariamente para el usuario promedio.

¿Y el 6G?

Se espera que el estándar 6G comience a definirse entre 2025 y 2026, con despliegues tentativos a partir de 2030. Las expectativas son aún más ambiciosas: comunicación holográfica, redes sensibles al entorno, velocidades de hasta 1 Tbps y cobertura satelital universal.

Pero ya hemos aprendido que las promesas sin una base sólida no garantizan impacto real. Quizás el 6G sea lo que el 5G no pudo… o quizás volvamos a vivir el mismo déjà vu tecnológico.

¿Una revolución o una evolución?

Cinco años atrás, nos prometieron un futuro inmediato donde todo estaría conectado, donde los autos se manejarían solos gracias a las bajas latencias, donde un cirujano operaría desde otro continente sin cables, y donde nuestras ciudades serían organismos inteligentes que se adaptan en tiempo real. Pero hoy, en 2025, te preguntás: ¿viste algo de eso en tu celular? ¿Notaste alguna diferencia real cuando tu teléfono cambió de 4G a 5G?

La verdad incómoda es que el 5G, como ocurrió antes con muchas otras tecnologías, fue víctima de su propio entusiasmo. Prometió más de lo que pudo cumplir en el corto plazo. Las redes aún no están completamente desplegadas, las aplicaciones verdaderamente revolucionarias no llegaron al usuario promedio, y en muchos países, la cobertura real sigue siendo parcial o directamente inexistente.

No es que el 5G no haya traído avances: los hay, y son técnicos, industriales, estratégicos. Pero para el común de la gente, el salto no fue una revolución, fue una evolución suave, casi imperceptible. Lo que realmente avanzó fue el marketing, la presión para cambiar de teléfono, la necesidad de consumir lo nuevo aunque no lo necesitáramos.

Entonces, ¿vale la pena seguir corriendo detrás de cada nueva «G»? ¿O deberíamos repensar cómo medimos el progreso tecnológico? Quizás la próxima generación no debería medirse en gigabits por segundo, sino en beneficios tangibles para la vida real.

Porque al final, no se trata solo de velocidad. Se trata de si esa tecnología mejora nuestras vidas… o solo engorda las métricas de las operadoras.